Hace ya tres años de mi muerte y
desde la perspectiva que da la eternidad giro la vista atrás, al pasado. Allí
me veo a mi mismo lleno de vida, con recién estrenada juventud y superviviente
de una guerra de buenos y malos, soy yo, volviendo a la casa
materna después de largas caminatas y horas interminables en trenes atestados
de soldados recién licenciados.
Abrazos y lágrimas corren por las
mejillas de mi madre mezcladas con las mías, ella ya sabía por el cura del
pueblo que mi llegada estaba próxima para la cual tenía a buen recaudo el mejor
trozo de carne listo para ir directo al puchero acompañado por un par de
grandes patatas,pan recien horneado y vino tinto.
La noche de mi llegada dormí de un
tirón, a la mañana siguiente después de beber un cazo de leche recién ordeñada,
me esperaba la vuelta al trabajo. Viñas, campos y ganado estaban a mi espera.
Recuerdo el placer que me produjo abrir el pozo lleno de agua del pueblo y ver
como regaba los campos de maíz verde; las jornadas en el campo son duras pero siempre
mejores que las de los campos de batalla.
Hoy todo es distinto, como muerto
que estoy puedo decir lo que pienso, lo malo es que no se me escucha. Si así
fuese les diría a mis queridos descendientes que me equivoqué, que eso que
quería para ellos no era lo que esperaba, que aquello por lo que maté no tenía
sentido. Yo que pensaba que era un puto ignorante y que lo que quería era que
no os engañaran como a mí, observó desde aquí que las cosas apenas han
cambiado; estos “ya no tan jovenes” saben cosas pero desconocen su porqué o su
paraqué. Son tan ganado como yo lo fui en aquellos trenes de ida y vuelta. Peor
aún, están a punto de perder el sabor del pan recién hecho por sus manos, de
regar campos con agua de su propiedad o de empuñar un arma por algo que de
verdad valga la pena.
Os veo sentados delante de
pantallas y apenas sabéis respirar. Trato de ver vuestras mentes y no las
entiendo, están llenas de prejuicios, orgullo, fustración y ansiedad. Yo de
orgullo sé mucho, pero cuando me frustraba con algo, cuando me cagaba en
alguien o algo, lo solucionaba a hostias, ahora ni eso sabéis dar, eso sí, los
encajais sin siquiera notarlo. Alguna cicatriz tengo de algún vecino; pero sé
por que lo vi, que el día de mi entierro lloró por mí.
Neno Pucho.
07 de julio de 2010
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