Francisco Castro
Calvar siempre vivió la vida como si cada día fuese su último
trago y penúltimo polvo. Hijo de Hermenegilda con idénticos apellidos
que su progenitora, desconocía quien había sido su padre, la vieja
soltaba la tela siempre que se lo pedía, pero prenda sobre su
progenitor nunca. Rumores en la parroquia siempre escuchó; que si un
trompetista de Los Satélites, que si un portugués estrapelista, un
antiguo cura anterior a D. Antonio, un feirante de pulpo de
Carballiño, un chófer de Transportes La Unión,……. Vamos que el
abanico donde elegir papá era amplio, tanto como la fama de putón
verbenero que tenía la vieja, eso sí, ni Dios se atrevía con ella,
su dudosa virtud era inversamente proporcional a su mala hostia.
Entre rumores, sopas
de viño cansado y Sansón con galletas, fue creciendo el pequeño
Paco. Abandonados sus estudios primarios en mitad de los mismos no
le quedó más remedio que alternar chapuzas de peón con el trabajo
en el campo, a la par que se pasaba del Celtas sin filtro al porro de
hachis, del vino dulce al cubata de Larios y de las faldas de mamá
a las bragas de barra americana.
Un día decidió
irse a buscar fortuna a Barcelona, por aquel entonces era emigrar.
Por supuesto que acabo en el barrio de la Barceloneta, donde la vida
le fue dando tumbos pasando por diversos trabajos poco remunerados y
en los cuales como máximo aguantaba unos pocos meses. Incluso llegó
a estar embarcado en la Transmediterránea, una campaña soportó
tras la cual por motivos del alcohol no volvió a repetir, aunque
quizás no fuese ese el motivo.... Hace unos meses me encontré a Paco
en el Gallaecia, bar que él frecuenta siempre que juega el Barça o no;
después de dos copas y tres goles de Messi me pilló por banda y
comenzó a contarme la historia de un moro que se llamaba Mustafá
que conoció en su etapa marinera, era un hijoputa de casi dos metros
de alto y con brazos como sus piernas que sin motivo aparente la tomo
con él; el muy cabrón era un abusón, un puto moro al que le ponía
dar de hostias al pobre Paco cada vez que le salía del nabo. Un día
Mustafá desapareció, en la travesía Melilla – Málaga el mar se
lo tragó, nadie supo nunca como sucedió, nadie menos Paco y yo, y
ahora ustedes dentro de un rato (entenderán que Paco no se llama
Francisco Castro,que es un nombre ficticio puesto con el fin de que
no tenga mas problemas legales de los que en la actualidad tiene,
que ya son bastantes). Se le cruzó en un pasillo y le soltó una de
sus hostias que llevó a nuestro protagonista una vez más al suelo,
Mustafá iba camino del puente a llevar unos cafés a los oficiales,
era de noche y a Paco le costaba conciliar el sueño, salió a fumar
un Camel y se lo topó. Cuando el moro volvió del puente lo
esperó al fondo del pasillo que llevaba a la cocina, en una esquina
donde un armario guardaba paños y otros enseres, escondido con un cuchillo jamonero en la mano derecha que le atravesó el corazón; apenas una leve
queja -me asegura Paco con el cubata en la mano-, sorpresa en sus
ojos, después odio, luego temor, pánico, muerte. Una especie de
mueble metálico con ruedas fue imprescindible, la noche también le
ayudó a llevar el cuerpo hacia estribor, el mar hizo el resto. Paco
no volvió a pillar un barco nunca más.
Tuvo una mujer,
aunque como él dice “tener no es la palabra adecuada”, compartir
sería más correcto dado el bar con luces de neón donde la conoció
y al cual siempre acudía cada vez que le sobraban 50 euros y las
ganas de una mujer eran más fuertes que el síndrome de abstinencia.
Llegaron a tener cierto grado de convivencia que da el compartir
gastos de luz y alquiler, comprar a veces unas pizzas o ver alguna
película en el cine, apenas un año bajo el mismo techo hasta que
Jasmine (vaya usted a saber si ese era su nombre) salió de su vida
para regresar a Colombia un día que la llamaron por teléfono
anunciando que sus padres se había matado en un accidente de autobús
en Medellín. "La negra" fue lo más cerca que estuvo del amor; un par
de porros y tres Ballantines con hielo fueron suficientes para
olvidarla.
A los 45 años
decidió volver a su pueblo, con apenas 120 euros en el bolsillo petó
a la puerta de Hermegilda. Hacía más de 20 años que no se veían,
en ese tiempo unas cuantas llamadas de teléfono al Gallaecia y ya
con teléfono en casa otras tantas fueron su contacto: Navidad, las
fiestas de San Roque y poco más eran los días en los que se
acordaba de la vieja. Apenas había cambiado, unas leves arrugas en
rostro enjuto, coleta de pelo un poco gris, nariz agileña y esas cejas que se curvaban cuando algo no le gustaba seguían ahí. Lo abrazó, después
lloró , pero apenas tuvieron de que hablar. Veinte años de vida
plana como el encefalograma de un moribundo con leves repuntes: la
muerte de tío Víctor aplastado su cráneo en un accidente con su tractor, la abuela
Claudia fallecida en vida y muerte en una cama durante sus últimos 5
años,y poco más.
A los dos días ya
estaba instalado como si el tiempo no hubiese pasado, del bar a casa
y viceversa era su rutina salvo los días 25 de cada mes que era
cuando la Seguridad Social ingresaba en la cuenta la pensión que
Hermenegilda estiraba tanto como podía y más. Apenas tres renglones
de un párrafo son suficientes para describir un cuarto de siglo de
sus vidas.
De su vuelta ya
debe de hacer más de 30 años, hoy Paco pasa de los 75 años y su
madre pasando la centena lleva tiempo encamada sin familia que los
visite, él sigue (o seguía) con la misma rutina casa-bar-banco de siempre, en un "estado de bienestar" perpetúo que da la única paga de la que viven. Hace más
de un año salieron en la edición local del Faro de Vigo, el motivo
era que nuestro alcalde le entregó un premio a Hermenegilda como la mujer más
vieja del ayuntamiento; Paco al pie de la cama con su madre ausente, casí en el otro mundo,
salían en foto a color al lado del político sonriente con un ramo de rosas
rojas en su regazo. Poco imaginaba yo que su "gusto" por salir en
los medios no se iba a quedar ahí.
Primero fueron
sospechas de los vecinos, después la directora del banco empezó a
mosquearse, los del bar comenzaron a hablar, de ahí a llegar a oídos
del Cuartel de la Guardia Civil solo fue cuestión de días, poco
faltaría para que la Seguridad Social también les pusiesen el ojo encima aunque no fue preciso.
La disculpa fue otro
premio, esta vez como la más longeva de la comarca. Paco se negó a
que nadie se acercase a su casa a dar el nuevo ramo de, esta vez, rosas
blancas; lo siguiente fue ya una denuncia.
Ayer fue su
entierro, el forense dictaminó muerte natural hacía alrededor de un
año. Paco asistió, lloró como un niño, luego se fue
al bar.
Neno Pucho.
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