El ejercicio de leer hoy la
prensa se me ha asemejado a uno de esos banquetes nupciales pre-crisis a los
que te invitaban de rebote y a los que asistías más por obligación que como
devoción.
Solo pasar un par de páginas
ya te encuentras con los “novios” tal cual estampa de regalo impresa como
sección de publicidad pagada por las principales corporaciones que dominan (¿reinan?)
nuestro Estado.
Coincide todo esto con la
otra abdicación si cabe más dolorosa para el vasallaje, en la cual fue testigo
lo más nutrido de nuestra prensa escrita y, sobre todo hablada que tanto
deambula por los platós de tv de uno y otro color.
Todos ellos copan nuestras
pantallas, llenos de razones prefabricadas y prepagadas, igual que las bebidas
de alta graduación que se cepillaron en el camino al otro lado del charco, tal
cual las fiestuquis que se corrieron antes y después de los encuentros.
Y no es criticable que la
gente se lo pase bien, es más, debería ser obligación. Lo que es nauseabundo es
que quien usa la imagen del Jefe de Estado para su publicidad, marca su apoyo a su Jefatura y por tanto
lanza un mensaje sobre quien realmente detenta el poder; y lo que son las cosas,
este poder real es el mismo que paga las correrías brasileiras de los
tertulianos que pululan por nuestras, o sus, televisiones.
N.P.
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