“Es
posible que creamos que no tenemos tiempo ni energías (ni conocimientos) para
cocinar a diario, pero aún no estamos preparados para que esa actividad
desaparezca de nuestras vidas por completo”.
Bajo
esta premisa, Michael Pollan (Nueva York, 1955). uno de
los periodistas especializados en alimentación más relevantes del momento
–autor de los superventas El detective en el supermercado y El
dilema del omnívoro–, se propuso elaborar una breve, pero intensa, historia
de la cocina. Una reivindicación de las bondades de esta actividad
milenaria, que ahora ve la luz en España.
Cocinar:
una historia natural de la transformación (Debate) es
uno de los ensayos más interesantes en lo que respecta a la alimentación de los
últimos años. Y el entusiasmo que recorre sus páginas, llenas de
vivencias narradas en primera persona, se multiplica cuando es el propio Pollan
el que cuenta sus descubrimientos al otro lado del teléfono, desde su casa en
la bahía de San Francisco.
Después
de 1880 no ha habido ningún desarrollo que haya hecho que la comida sea más
saludablePara Pollan la cocina no es sólo una herramienta, ni un
entretenimiento, es una actividad que define nuestra especie. “Cocinar
nos hizo humanos”, asegura el escritor con rotundidad. “Si no hubiéramos
descubierto nunca cómo cocinar, no nos reconoceríamos a nosotros mismos. Es
cocinar lo que nos dio más energía que la que tenían otros animales, porque
ellos gastan mucha energía para digerir los alimentos y nosotros no. Así que
pudimos gastar esa energía en tener un cerebro más grande, que nos permitió
desarrollar habilidades cognitivas que el resto de animales no tienen”.
La
historia de la cocina camina paralela a la historia de la humanidad. Fue
la cocina con fuego la que permitió que el Homo Sapiens se
distinguiera del resto de primates, y la revolución neolítica no puede
entenderse sin la invención de la cerámica y, con ella, la capacidad para cocer
los alimentos que fue, según Pollan, condición indispensable para el desarrollo
de la agricultura y el sedentarismo. La civilización, en definitiva, nació en
torno a una olla.
Con el
tiempo se fueron sucediendo todo tipo de innovaciones, fruto del ingenio
humano: aprendimos a moler los cereales y hornear el pan, logramos controlar la
fermentación para fabricar alcohol, queso y todo tipo de encurtidos,
descubrimos que la salazón podía hacer que aguantaran más los alimentos…
Todos
estos inventos tenían, según Pollan, algo en común: “Las formas de cocinar, las
nuevas formas de procesar los alimentos que la humanidad fue descubriendo,
hacían que la comida fuera más saludable”. Pero todo cambió con la llegada
de la industrialización. “Entonces”, asegura Pollan, “empezamos a procesar la comida
de forma que la hacía menos saludable. El punto de inflexión fue el
refinado de la harina y nuestra habilidad para separar el almidón del germen y
el salvado, las partes más nutritivas del grano, que se eliminan cuando se
muele. Esto ocurrió en 1880. No veo que después haya habido ningún desarrollo
que haya hecho que la comida sea más saludable. Ha habido desarrollos que la
han hecho, quizás, más interesante. Si vas a un restaurante de cocina molecular
verás nuevas técnicas, pero no es algo que haya contribuido a la salud y la
felicidad de la humanidad”.
De cómo
hemos abandonado los fogones
Pollan
es muy crítico con el papel de la industria alimentaria que, asegura, es la
principal responsable de que hayamos abandonado la cocina. Las grandes cadenas
alimentarias, explica, nos han empujado a aceptar sin rechistar los productos
procesados, bajo la promesa de que ahorraríamos tiempo y nos libraríamos de una
actividad engorrosa que, gracias a ellos, nunca más tendríamos que realizar. Y
es cierto, cada vez cocinamos menos, pero a cambio nuestra salud se
resiente.
Para
Pollan, no hay nada de altruista en los procederes de las grandes
corporaciones: “La industria alimentaria nos ha animado a abandonar la
cocina porque gana más dinero cuanto más procesada esté la comida. Es
muy difícil ganar dinero vendiendo comida sin procesar; basta hablar con
cualquier agricultor, es una manera muy difícil de ganarse la vida. Cuanto más
proceses la comida, cuanto más baratos sean los ingredientes que utilices y más
complejo sea el resultado, y más grasa, azúcar y sal añadas, más dinero
ganas”.
Todo
forma parte de una estrategia diseñada de forma explícita para que comamos más.
“Puedes hablar de la libertad de elección y la responsabilidad individual”,
admite Pollan, “pero no sabemos qué hay en esa comida. Hemos sido manipulados.
Es muy difícil tener la libertad de elegir cuando no tenemos la información. La
comida ha sido manipulada de formas muy inteligentes para que sea
adictiva y sea muy difícil dejar de comer. La industria usa
internamente términos como “adictividad” o blitz point [algo
así como una “explosión de sabor”], snackability [cuán
apetecible es algo para picotear]… Están trabajando de forma deliberada para
crear comida que no podamos parar de comer. Y saben cómo hacerlo, básicamente
mezclando sal, azúcar y grasa”.
El arma
secreta de la industria alimentaria
La
industria cuenta, además, con un reclamo que muchos desconocemos: el umami (“sabroso”
en japonés), uno de los cinco sabores básicos, junto el dulce,
el ácido, el amargo y el salado. El sabor fue identificado por primera vez en
1908, gracias a los trabajos del profesor de la Universidad Imperial de Tokio Kikunae
Ikeda, pero no ha sido hasta hace poco cuando ha sido reconocido por toda
la comunidad científica.
A la
gente le gusta la idea del pan integral, pero no quiere la realidad. La
realidad es que es difícil de hornear, no se puede hacer a escala industrial,
con máquinas y, además, es más amargo y menos dulce“Aunque hace unos años la
gente no sabía que era el umami, y hasta hace unas décadas si siquiera sabíamos
qué era exactamente ni teníamos un nombre para definirlo, muchas de las
comidas procesadas están pensadas para resaltarlo”, asegura Pollan. “Cuando
ves ingredientes como la proteína vegetal texturizada o el glutamato
monosódico, son todo químicos que saben a umami. Los humanos estamos
programados por la evolución para que nos guste, probablemente porque es el
sabor de la carne. El bacón es el mejor ejemplo, tiene todos los compuestos
químicos que configuran el umami”.
Pero el
umami no es el único secreto de la industria alimentaria. El colmo de los
colmos es que las empresas han logrado tal sofisticación que pueden vendernos
alimentos tremendamente complejos, con una apariencia saludable que no es
tal. Algo que les sirve para aprovecharse de nuestra cada vez mayor
preocupación por la alimentación.
“Estamos
muy concienciados de lo que comemos, pero comemos imágenes e ideas”, asegura
Pollan, que pone como ejemplo las tretas de las panificadoras. “La idea de que
el pan de grano entero, integral, es bueno está muy establecida”, explica. “A
la gente le gusta la idea del pan integral, pero no quiere la realidad. La
realidad es que es difícil de hornear, no se puede hacer a escala industrial,
con máquinas y, además, es más amargo y menos dulce que el pan blanco. Así que
hemos tratado de crear una versión del pan integral que es exactamente igual
que el pan blanco: usamos la misma harina, le añadimos el grano entero por
separado y utilizamos azúcar para ocultar el sabor de éste. El resultado
es un producto procesado que no es para nada más saludable que el pan blanco.
No tiene ningún sentido”.
El
abandono de los fogones nos empuja a la soledad
Al
margen de los evidentes efectos que la comida procesada tiene sobre nuestra
salud, una de las consecuencias más preocupantes del abandono de la cocina
reside en que hemos dejado de lado la capacidad que tenía ésta para unir a la
familia y los amigos. Cada vez hacemos más comidas solos. Y es algo
de lo que deberíamos preocuparnos.
“Cuando
dejas que la industria cocine por ti, no va a cocinar para toda la familia, va
a cocinar para cada miembro de la familia”, asegura Pollan. “Y cuando la comida
se dirige a ti, como individuo, comes más que si la compartes. Quieren
que seamos comensales individualistas, y que comamos en solitario. En
realidad ni siquiera quieren que comamos, quieren que estemos picando todo el
rato”.
El
abandono de la cocina no sólo nos separa de nuestros allegados, además, asegura
Pollan, nos aleja de la naturaleza, pues se pierde el vínculo que
une irremediablemente a ésta con lo que nos llevamos a la boca.
Cuando
cocinas pones tus manos sobre cosas reales, sobre plantas y animales, y recuerdas
que el pollo era un pájaro“Un día le pregunté a mi hijo si pensaba que los nuggets de
pollo sabían realmente a pollo”, explica Pollan. “Me dijo: ‘¿A qué te
refieres? Saben a nuggets’. Le pregunté de dónde demonios
creía que venían los nuggets y no lo sabía. La mayoría
de los niños no tienen ni idea de la conexión existente entre lo que comen y el
mundo natural, no saben que comemos plantas y animales y algunos
hongos. Es muy fácil olvidar esto”.
“Una de
las cosas bonitas de cocinar, responsable de la satisfacción que provoca, es
que te conecta con el origen de la comida y con la naturaleza”, afirma el
escritor. “Cuando cocinas pones tus manos sobre cosas reales, sobre plantas y
animales, y recuerdas que el pollo era un pájaro. Y creo que es algo muy
importante. Si nos olvidamos de esto, no cuidaremos como debemos de nuestros
pollos, no cuidaremos el suelo, no cuidaremos nuestra tierra… Y no podemos
sobrevivir si la tierra no está sana. Al dejar que las corporaciones cocinen
por nosotros, ya sea comida rápida, procesada o paella congelada, lo que
hacemos es abandonar una importantísima conexión con el mundo. La
cocina es la mejor forma que conozco de restablecer esa conexión”.
Pese al
discurso aparentemente catastrofista de Pollan, sus conclusiones finales son
optimistas: “En los últimos 30 años hemos dejado que la industria cocine por
nosotros y creo que ha llegado el momento de darse cuenta de que ha
sido un experimento fallido. Hay muchas razones para rechazar la
comida procesada, industrial. El problema es que muchos de nosotros dependemos
de ella. Algunos porque no sabemos cómo cocinar, otros porque no tenemos
tiempo. Pero siempre encontramos tiempo para las cosas que consideramos
importantes. Lo que quiero explicar en este libro es que merece la pena
emplear algo de tiempo todos los días en hacer la comida. Es satisfactorio,
y tiene un enorme valor para ti y para tu familia en términos de placer y
salud. Debería ser una prioridad”.
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