Ayer la vi.
Caminaba detrás de dos pequeños chuchos muy chulos, de perruquería
y correa a juego con la vestimenta de su dueña. Ella preciosa, diría
que cachonda a pesar de rebasar los cincuenta, vestía vaquero ceñido
que marcaba sus perfectas largas piernas, peinado reciente de color
negro y mechas rubias a juego con las de los canes que por cierto,
creo que eran caniches. Aparte de los ceñidos pantalones vestía una
blusa o camisa, o algo parecido, cuyo nombre desconozco dada mi
incapacidad para retener los distintos que se les dan a las múltiples
variables que de una prenda, -en función de su tamaño, color,
diseño, etc.,- que antes se llamaba blusa y que ahora pasa a
denominarse con una decena de palabras nuevas; lo mismo me pasa con
abrigos o cazadoras, zapatos o zapatones, chaquetas o chaquetones; de
todos salen un sinfín de neologismos surjidos de las mentes de los
modistos y departamentos de marketing de multinacionales que me son
imposibles de memorizar; todo sea por el bien del capitalismo, por el
empleo de los personal-shopping y por los traductores de inglés,
francés and spanish.
Como decía,
ayer la vi, yo miraba tras el cristal de una cafetería, esperando
que me sirvieran el té verde que había pedido; parece ser que es
bueno para las articulaciones inflamadas, o eso ponía un enlace en
una app famosa. Ya ves, vas con la idea de leer el periódico tomando
café y acabas viendo a una vieja amiga tirando de dos perros
mientras tomas una infusión para aliviar la puta rodilla que te
lleva doliendo desde el siglo pasado.
Su nombre es
Maricarmen, o así la conocíamos en nuestra aldea nativa, ahora creo
que se hace llamar Mery, alguien me lo comentó hace un tiempo
durante una conversación nostálgica del tiempo en el que fuimos
niños, también salió en conversación que Maricamen curraba en la
Diputación y que se había divorciado recientemente, un acuerdo
amistoso al parecer, sin hijos y pisito a medias fácil de liquidar.
Ayer debería de tener su día libre o quizás disfrute de
vacaciones. Mientras la observo justo delante de la notaria de D.
Norberto, uno de sus perrillos se para, levanta una de sus patas
traseras y suelta una meada marcadora de territorio de las que dejan
constancia de que esa columna es propiedad del caniche y nadie más.
En ese instante todo el glamour de Mery rompe en pedazos, como esa
carroza de fábula que se torna calabaza; Mery se convierte de nuevo
en Maricarmen, aquella niña que a mediados de los años setenta
llevaba las vacas de su abuela a pastar por los caminos y fincas de
su aldea, con correa que no iba a juego con nada sino con cuerdas
atadas al cuello del rumiante cuyo nombre sería Pinta o Mora y no
Pity o Mini, vacas que no marcaban territorio, pero si dejaban rastro
de bostas por todo el camino de regreso al corral y micciones que era
afluentes amazónicos en comparación con las meaditas de su
caniches.
Maricarmen,
bautizada como Maria del Carmen, hija de Carmucha que años después
se recortaría el nombre a solo Mari, y que hoy en su Instragram
figura como Mery creyéndose que es una treintañera cuando pasa de
los cincuenta, en los tiempos en los que una joven que pudo ser su
hija y tiene su mismo nombre firma en Twiter como @KRMN.
Neno Pucho.
Neno Pucho.
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