viernes, 20 de diciembre de 2019

MARIA DEL CARMEN


Ayer la vi. Caminaba detrás de dos pequeños chuchos muy chulos, de perruquería y correa a juego con la vestimenta de su dueña. Ella preciosa, diría que cachonda a pesar de rebasar los cincuenta, vestía vaquero ceñido que marcaba sus perfectas largas piernas, peinado reciente de color negro y mechas rubias a juego con las de los canes que por cierto, creo que eran caniches. Aparte de los ceñidos pantalones vestía una blusa o camisa, o algo parecido, cuyo nombre desconozco dada mi incapacidad para retener los distintos que se les dan a las múltiples variables que de una prenda, -en función de su tamaño, color, diseño, etc.,- que antes se llamaba blusa y que ahora pasa a denominarse con una decena de palabras nuevas; lo mismo me pasa con abrigos o cazadoras, zapatos o zapatones, chaquetas o chaquetones; de todos salen un sinfín de neologismos surjidos de las mentes de los modistos y departamentos de marketing de multinacionales que me son imposibles de memorizar; todo sea por el bien del capitalismo, por el empleo de los personal-shopping y por los traductores de inglés, francés and spanish.