Ayer la vi.
Caminaba detrás de dos pequeños chuchos muy chulos, de perruquería
y correa a juego con la vestimenta de su dueña. Ella preciosa, diría
que cachonda a pesar de rebasar los cincuenta, vestía vaquero ceñido
que marcaba sus perfectas largas piernas, peinado reciente de color
negro y mechas rubias a juego con las de los canes que por cierto,
creo que eran caniches. Aparte de los ceñidos pantalones vestía una
blusa o camisa, o algo parecido, cuyo nombre desconozco dada mi
incapacidad para retener los distintos que se les dan a las múltiples
variables que de una prenda, -en función de su tamaño, color,
diseño, etc.,- que antes se llamaba blusa y que ahora pasa a
denominarse con una decena de palabras nuevas; lo mismo me pasa con
abrigos o cazadoras, zapatos o zapatones, chaquetas o chaquetones; de
todos salen un sinfín de neologismos surjidos de las mentes de los
modistos y departamentos de marketing de multinacionales que me son
imposibles de memorizar; todo sea por el bien del capitalismo, por el
empleo de los personal-shopping y por los traductores de inglés,
francés and spanish.