miércoles, 21 de febrero de 2018

LA ESTACA

Aquella cinta de casette no debería estar allí. Mi hermana mayor llevaba meses recordándome que tenía que recoger mi viejo equipo de música Phillips del que fue mi hogar décadas atrás, así que un día de un triste aniversario lo cargué en mi coche y me lo llevé. Semanas, o quizás años tuve el tocadiscos con doble pletina aparcado en una esquina de mi salón acumulando polvo producto de mi dejadez. Decidí enchufarlo una tarde, recordar como eran aquellos sonidos analógicos emanados de algún vinilo con manchas de humedad blanquecinas sobre fondo negro que guardaba en el mueble-bar. Pulsé el botón de encendido y aparentemente funcionaba, la decepción llegó cuando comprobé que del disco de INXS solo salían unos ruidos inaudibles, la aguja estaba rota. Antes de apagar el aparato, sin motivo aparente pulse la tecla eject de una de las pletinas. Allí estaba, una cinta TDK sin nombre, de aquellas que se usaban y reusaban para grabaciones de música emitidas en radio fórmulas en los años 70-80 del siglo pasado. La volví a introducir y por inercia pulse Play. Lo que allí se oía no era ninguna canción grabada de la radio, ni copia alguna de otro casette original. Era Juan el que cantaba y su guitarra la que sonaba. Que fuese Juan no lo recordé al instante, a mi mente le costó rebobinar más de cinco décadas hasta situarme en el año 1984. Cantaba “La estaca” de Lluis Llach.






“Era una noche de verano, cinco adolescentes, una hoguera, un monte y dos tiendas de campaña. Oímos el sonido de un coche, al rato apareció un Citroën de un color olvidado, aparcó y apagó el motor. Nosotros ya llevábamos varios días de acampada cuando nuestro “cantautor” llegó donde nosotros. Más de treinta años, delgado, con barba rara desaliñada, pelo negro y lacio con entradas, mediana estatura y sonrisa de buena gente. Nos pidió si podía acampar en nuestra zona, le contestamos que si, parecía un buen tipo. En lo que atañe a nosotros, lo dicho; cinco chavales de entre 14 y 18 años, dos chicas, tres chicos, una pareja entre ellos, un proyecto en ciernes y una ilusión frustrada. El menor del grupo era yo. 

Con el paso del tiempo todo se idealiza. Esa noche después de asar unos criollos en nuestra barbacoa improvisada decidimos ir a darnos un baño a la playa que estaba a cinco minutos de nuestro campamento. No, eso fue la noche anterior, lo recuerdo porque Juan no estaba aún con nosotros y también porque no me cuadra que en medio de cinco chavales que decidieron bañarse en pelotas figurase un treintañero. Fue la noche de la ilusión frustrada; la pareja por un lado y el proyecto por otro, el agua golpeando nuestros cuerpos salpicándolos de una fosforescencia que dejaba entrever en la oscuridad los deseos ocultos, el pequeño del grupo observando e imaginando en penumbra, mojado, desnudo, en una noche de calor. Volvimos al campamento tarde, dormimos y al día siguiente, si, apareció nuestro nuevo vecino. 

Se presentó al atardecer y enseguida encajó. Estaba casado- eso nos dijo- con una relación abierta en la cual él se daba algunas escapadas en solitario a modo de desintoxicación, si trabajaba, lo olvidé, si tenía hijos, también. Lo que más nos atrajo fueron sus historias de su época hippy. Ya saben: sexo, drogas y rock and roll. Con el tiempo todo se mitifica. En la barbacoa de esa noche después de cenar y a la luz de la hoguera saco su guitarra. Cantó y tocó, no lo hacía mal, o eso nos pareció, sonaron temas de Dylan, Aute, Serrat y Llach. A mitad de sesión decidí sacar mi radio-casette y grabarlo. Era un Sony, un paralelepípedo gris, con una pletina en el centro y dos altavoces negros a los lados, típico de esos años. Pulse Play-Record . 

Hoy sé que la primera canción grabada fue La estaca, del resto no tengo pruebas, solo recuerdos difuminados entre mis primeros humos y alcoholes. Me dormí, los demás supongo. 

El día siguiente fue viernes, se preguntaran porque entre tanto olvido, tengo tal seguridad. Responderé. En aquel verano emitían los viernes por TVE un ciclo de películas de contenido no apto para menores de aquel tiempo, creo que la sesión la titularon algo así como “historias, o cine de medianoche”. Esa noche ponían “Perros de paja” de Sam Peckinpah. Un poco hartos de tanta naturaleza decidimos ir al bar más cercano, pedir que nos la pusieran, cenar y tomar algo mientras nos deleitábamos viendo alguna escena excitante de dos rombos. Juan no vino con nosotros. Alguna excusa nos debió de dar; cansancio, “no quiero molestar” o “me quedo a vigilar”. Al regresar de madrugada ya no estaba, ni él , ni su coche, ni por supuesto su tienda de campaña, las nuestras si estaban pero rotas, rasgadas en sus entradas. Nos habían robado. Con la luz de nuestras linternas en plena madrugada comprobamos si faltaba algo, pero ni dinero, ni ropa, únicamente no estaba mi radio-casette con la cinta que la noche anterior había grabado.” 





Acabó la canción, suaves aplausos, algún comentario intrascendente de aquellos chicos y después silencio hasta el fin de la cinta. No lo entendía, según mis recuerdos la grabación tenía que estar completa o cuanto menos alguna canción grabada a más. Rebobiné varias veces la cinta para cerciorarme con el mismo resultado, dudé de mi memoria, culpé a lo que fumé y bebí, pude ponerme en contacto con alguno de mis viejos amigos, pero no lo hice, era mi historia, no quería compartir con nadie su misterio, me excusé a mi mismo que hacía más de 30 años que no hablaba con ninguno de ellos, incluso una de las chicas ya había muerto.

Sin encontrar una explicación a la misteriosa aparición pasaron los días con el eco de esta historia repicando en mi mente, llegué incluso a volver al sitio de la acampada, o eso creí porque cuando traté de localizarlo mi memoria me dio varias alternativas por donde dirigir mi coche en las infinitas pistas de costa y monte, trataba de refrescar mis recuerdos sin encontrar solución. Una y mil veces me preguntaba que hacía aquella grabación escondida durante tanto tiempo en la casa de mis padres y una y mil veces no obtenía una respuesta convincente. Quizás la grabación nunca fue robada y alguno de mis viejos amigos me la devolvió un tiempo después. A esa vacua explicación me aferre y trate de pasar página.





“Al amanecer decidimos irnos de vuelta a nuestras casas, las chicas y yo pasamos muy mala noche, apenas dormimos, el miedo nos pudo. Levantamos el campamento, recorrimos a pie los kilómetros hasta el pueblo cercano y tomamos un autobús de regreso. Al arrancar uno de nosotros lo vio por la ventanilla, estaba fumando apoyado en su Citröen. En un principio nos quedamos mudos, sin saber qué hacer, creo que uno de nosotros trató de pedir al chófer que parase, pero no lo hizo. Lo que si sucedió es que yo abrí una ventanilla del bus, en aquella época las tenían, se abrían en horizontal y apenas cabía una cabeza por ellas, la mía si cogía. El bus paso a su lado, le grité, reclamé lo creí que me había robado, con seguridad que lo insulté. Juan levantó la cabeza, frunció el ceño, hizo un movimiento de extrañeza y levantó ambas manos a media altura con las palmas de las manos hacía arriba y su pitillo hacía el suelo. En sus labios creí leer algo como “qué dices”, “quién eres”. Sus manos me llamaron la atención, no las recordaba tan blancas y huesudas. Salimos del pueblo y lo perdimos definitivamente de vista.”





Tenía que recoger a mi nieto, esta vez se le daba por aprender a tocar el saxofón. Por aquello de conectar con el chaval había seleccionado en el aparato de música de mi auto un programa de jazz, grabaciones de mediados del siglo XX comentadas por una voz de amplios conocimientos. En algún momento dijo algo sobre la cara B de no sé qué disco. Cierto, las grabaciones del siglo pasado eran en soportes de dos caras, no como estos dispositivos que con tu voz te llevan al tema, programa o grabación sin tocar botón o tecla alguna. Unos segundos más tarde me di cuenta, aquella dichosa cinta tenía una cara B. Los años Neno, tienen que ser los años, me compadecí.

Hecho mi recado y dejado a mi nieto en su casa, presto me fui a la mía . Encendí el viejo Phillips di la vuelta a la dichosa cinta y pulse Play. Risas, palmas, nuestros jocosos comentarios, mis antiguos amigos, yo, Juan y una canción, una imposible canción.

En gallego, esta vez cantaba en gallego, eso no era lo raro, lo que no podía ser era que esa canción fuese grabada en una acampada de unos jóvenes en 1984. El tema en cuestión yo lo conocía de antiguo en su versión en castellano, incluso llegué a tener el disco en directo donde Javier Krahe la interpretaba, era aquel disco de Joaquín Sabina y Viceversa. Krahe cantaba una crítica al entonces presidente Felipe González, “Cuervo Ingenuo” era su título. Lo que Juan cantaba era una versión en gallego, pero para mi pasmo y perplejidad el objeto de su crítica era Feijóo el presidente que fue de la Xunta hará unos veinte y pico años. Y además la guinda a todo este sinsentido era que la canción original fue grabada en 1988. O sea, una canción original de 1988, cantada en 1984, sobre un personaje del siglo XXI.

Aturdido me deje caer sobre el sofá y me dormí.





“El crepitar de la leña había cesado, la luz de la hoguera apenas daba para ver a dos palmos de ella, cinco chicos dormían a pares abrazados, el quinto en solitario. A escasa distancia entre la maleza alguien los observaba. De complexión delgada, ojos grandes y negros, cabeza con forma de ovoide, piel blanca lechosa y una túnica que parecía morada cubriendo su cuerpo, disimulando sus manos huesudas y sus piernas esqueléticas. Los ha visto bañarse en la playa, beber, reír y aparearse. Durante días han sido objeto de todo tipo de observaciones y experimentos. Mañana decide visitarlos formalmente.
Es 24 de junio de 1984, día de San Juan."


Neno Pucho.

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