lunes, 25 de noviembre de 2019

PENITENCIA


Con los brazos en cruz y de rodillas avanzando; delante, portada por cuatro ancianos la Virgen de los Dolores vestida de negro luto y llorando la pérdida del hijo de Dios.
El tiempo que hacía que no visitaba mi antigua iglesia parroquial no lo delimitaba con exactitud. Dudaba entre el entierro de señor Francisco, padre de Fran, el padrino de mi primer hijo, o el de señora Hortensia madre de Tino, mi mejor amigo de la infancia también fallecido por iniciativa propia. De una u otra manera unos diez años.  

La escena del penitente iba por el inicio del perímetro del adro en el que me hallaba. Una vez pasados los pocos acompañantes de la procesión decidí unirme a la comitiva. Pocos rezos, algún cántico desafinado y apenas unos treinta feligreses. Imposible imaginar cincuenta años atrás tamaña involución de la fe solo proporcional a la deprimente cantidad de niños que en el acto asistían; muestra clara u oscura de la decrepitud de la sociedad cristiana de occidente.