Durante la persecución a la que
estaba siendo sometido por los abdominales sin un puto pelo de CR7 a alguien escuché
decir, en referencia a los “welcome refugees”, que como no íbamos a ser pasto de
esta moderna migración de lo pobre sobre lo rico, si para nuestros hambrientos
y peligrosos conquistadores los cánones de belleza son las celutitis de nuestra
mente y corpore sano, si mientras peleamos contra nosotros mismos en gimnasios
y absurdas pruebas deportivas, al sur nos miran con espanto como luchamos
contra la comida por la que ellos salivan. En el fondo es que somos unos
presumidos y unos sobrados. De ahí debe de venir esa moda de servir trozos de
comida sobre platos que semejan cuadros cubistas, o realizar shows televisivos
en los cuales los protagonistas desparraman alimentos con la sensibilidad de un
monólogo dramático de Chuck Norris.
Todo sería más sencillo si para
el buen comer aplicásemos la técnica de los monjes cisternienses del monasterio
de Santa María de Alcobaça, paisanos ellos de CR, que para mantener lo que hoy
llamamos el tipo atajaron por lo sano. La orden esta del Cister promueve el
ascetismo y el trabajo manual, la verdad es que debían de ser unos tristes,
vivir en pleno medievo sin fútbol ni mujeres y para más inri sin comida; la cosa tendrá un
valor aunque yo no lo encuentre.
Pues bien, debió de pasar que la
cosa del comer con frugalidad era penitencia más difícil de llevar que la del no follar, por
lo que algún prior decidió construir esta puerta: